Santiago Maestro Cano


En mi anterior artículo fisgoneaba por el ojo de la cerradura para ver a los personajes de las películas vestidos de estar por casa. Por puro placer de contraste en esta ocasión he optado por vestuarios para alguna ocasión. Eso que decimos ir de punta en blanco. Esta expresión proviene de la imagen de los caballeros medievales que debían presentarse en combate con su armadura pulida y reluciente, lo que se llamaba ir con blanca armadura porque reflejaba la luz y daba un aspecto impecable. Con el tiempo, la frase pasó a usarse en un sentido figurado, refiriéndose a una persona que viste de forma impecable y elegante.
Para escribir esta entrada he fijado mis ojos en casos variopintos, algunos referidos a personajes que hacen de la elegancia un rasgo de identidad. Otras veces, al contrario, mi interés ha venido por la disparidad en personajes que son de común “distraído” en el vestir. Por último, también me he detenido en películas donde esa indumentaria proviene, sencillamente, de la lógica narrativa del momento de la historia: una cena en un restaurante de lujo, alguna celebración que motive que los veamos hechos unos figurines…
Eso sí, no me he vestido precisamente de punta en blanco para escribir esta entrada, por lo que no me atrevería a preguntar aquello de: “¿así voy bien, cariño?” Me limitaré a ofreceros mi brazo y preguntar: “¿alguien me acompaña?”
………………….
Durante la edad de oro de Hollywood, el glamour y la elegancia eran elementos esenciales en la construcción visual de las películas. En un contexto en el que los estudios cinematográficos ejercían un control absoluto sobre la imagen de sus estrellas, la representación del lujo y la sofisticación se convirtió en una herramienta clave para definir la identidad de los personajes en la pantalla. Las cenas en restaurantes exclusivos o eventos de gala solían ser secuencias en las que se reforzaban valores como el estatus, el romance o la distinción social. ¿Introducidos? Vamos con esas películas…
En Marruecos (1930, Josef von Sternberg), con diseño de vestuario de Travis Banton, el personaje de Amy Jolly, interpretado por Marlene Dietrich, juega con el contraste entre vestimenta y estatus de una manera que refuerza su ambigüedad y magnetismo. Desde su primera aparición, Amy es presentada como una cantante de cabaret en Marruecos, con una actitud cínica y un aire de mujer experimentada. Su vestuario inicial refleja esto: trajes de escenario llamativos, vestidos sensuales y, en una de las escenas más icónicas del cine, un esmoquin masculino con pajarita, que lleva en su primera actuación en el club nocturno.

Este atuendo es clave en la construcción del personaje, ya que desafía las normas de género de la época y la muestra como una mujer independiente, segura de sí misma y con un fuerte control sobre su imagen.
Sin embargo, en el punto culminante de la película, vemos a Amy en un vestido elegante, femenino y sofisticado, cuando asiste a la fiesta donde el personaje de Gary Cooper (el legionario Tom Brown) está con otra mujer. Aquí, la vestimenta no solo contrasta con su imagen inicial, sino que también representa un cambio en su estado emocional: ya no es solo la mujer dura e indiferente del cabaret, sino alguien que se ha enamorado y resulta vulnerable.

Pero si alguien vestía como nadie por aquellos años un esmoquin era, sin duda, Fred Astaire. En La alegre divorciada (1934, Mark Sandrich) su vestuario fue diseñado por Bernard Newman, quien trabajó en RKO Radio Pictures y fue conocido por su elegancia y refinamiento en la moda cinematográfica. Newman también diseñó el vestuario de Ginger Rogers en esta película, consolidando la icónica estética del cine musical de los años 30. Fred Astaire es un símbolo de sofisticación en el cine clásico y su vestuario refleja a la perfección su estilo impecable. Sus trajes siguen una línea clásica con cortes perfectos y telas de gran calidad, elementos esenciales en la imagen que Astaire siempre proyectó en pantalla.
Uno de los elementos más personales de su indumentarias era, como decíamos, su esmoquin impecable. En las escenas de baile, Astaire usa su característico esmoquin negro con solapas de satén, pajarita y camisa blanca de pechera rígida, una combinación que se convirtió en su sello personal.

En línea con su elegancia sempiterna, otra vestimenta propia la constituyen sus trajes de día bien estructurados. Trajes de lana ligera en tonos oscuros, combinados con chalecos y corbatas de seda, que reflejan la moda masculina refinada de la época.

Por último, también hemos de mencionar su icónica gabardina Burberry. En una de las secuencias, Astaire aparece con ella, algo que cuadra con el conjunto del diseño de vestuario de la película, dado que tradicionalmente esta prenda se asocia con la elegancia británica. Este tipo de abrigo era muy popular entre la élite de la época y sigue siendo un ícono de sofisticación hasta hoy.

Astaire no solo vestía con elegancia, sino que su manera de moverse realzaba aún más lo impecable de su vestimenta. Sus trajes estaban diseñados para facilitar el movimiento en las coreografías, con telas ligeras y cortes estratégicos que permitían fluidez sin perder la forma.

En ese afán por la estilización cuando bailaba, Astaire solía encoger los dedos meñique y anular de la mano para que resultase más afinada.
Una película de interés para este artículo es la encantadora comedia Al servicio de las damas (1936, Gregory La Cava). El diseño de vestuario fue obra de Robert Kalloch. El peculiar protagonista del film, Godfrey (William Powell) es un caso perfecto de transformación visual que juega con la percepción del espectador. Al inicio de la película aparece como un vagabundo desaliñado y sucio, viviendo en un vertedero de Nueva York. Es encontrado por la excéntrica y rica Irene Bullock (Carole Lombard) durante un juego de la alta sociedad en el que deben traer un indigente a una fiesta. Sin embargo, pronto se revela que Godfrey no es realmente un vagabundo, sino un hombre de educación refinada y pasado aristocrático que, por razones personales, decidió alejarse de su antigua vida.
Una vez que empieza a trabajar como mayordomo para la familia Bullock, aparece impecablemente vestido con uniforme formal de servicio, mostrando modales sofisticados que contrastan con su apariencia inicial. Este cambio de vestuario no solo es un giro visual, sino que también subraya el tema de la película: la superficialidad de la clase alta y la posibilidad de redención o transformación personal. Además, refuerza la ironía de que Godfrey, aunque parecía un vagabundo, es en realidad más competente, educado y honorable que los millonarios para los que trabaja.


El vestuario de Carole Lombard es un reflejo perfecto del glamour de los años 30 y ayuda a seguir la evolución de su personaje, Irene Bullock, una joven de la alta sociedad caprichosa, pero encantadora.
Desde el principio de la película, Kalloch viste a Lombard con una selección de trajes de noche lujosos, confeccionados en tejidos como satén y terciopelo, que realzan su elegancia y estatus social. Destacan los cortes al bies, característicos de la década, que aportan fluidez y sofisticación, además de los detalles en piel y los guantes largos que refuerzan su aire de refinamiento.


Uno de los aspectos más interesantes del vestuario de esta película es cómo acompaña la transformación emocional de Irene. Al principio, sus atuendos exuberantes reflejan su excentricidad y su vida despreocupada dentro de la aristocracia. A medida que la historia avanza y su personaje madura, sus prendas se vuelven más sobrias, aunque sin perder la feminidad y el encanto que caracterizaban a Carole Lombard en pantalla.




En conjunto, Kalloch logra un vestuario que no solo enfatiza el carisma y la belleza de Lombard, sino que también contribuye a la narrativa, resaltando tanto el tono cómico como el romanticismo del filme. Su trabajo en esta película es un gran ejemplo de cómo la moda en el cine clásico podía ser un vehículo para contar historias y definir personajes con elegancia y estilo.
Otra película que cabe mencionar al hablar del vestuario elegante es Historias de Filadelfia (1940, George Cukor) con diseño del mítico Adrian, uno de los más grandes diseñadores de vestuario de la era dorada de Hollywood. En ella Katharine Hepburn interpreta a Tracy Lord, una sofisticada mujer de la alta sociedad de Filadelfia. El vestuario no solo resalta su belleza aristocrática y fuerte personalidad, sino que también simboliza la transición de su personaje, desde la frialdad inicial hasta su apertura emocional.
Un momento destacable lo encontramos cuando luce el vestido para la secuencia de la fiesta. Tracy Lord deslumbra con un vestido largo en satén metalizado, que refleja la opulencia de su mundo y su imagen de “diosa inalcanzable”. Su caída fluida y el sutil brillo del tejido realzan su elegancia natural.

Todo el vestuario de Hepburn en la película no solo es sofisticado y elegante, sino que también refleja su evolución emocional. Al inicio, sus atuendos son más rígidos y estructurados, reflejando su actitud distante y perfeccionista.
A medida que avanza la historia y su carácter se suaviza, sus prendas se vuelven más ligeras y fluidas, simbolizando su transformación personal. Adrian supo capturar perfectamente la dualidad de Hepburn: una mujer fuerte e independiente, pero también capaz de mostrar vulnerabilidad y romanticismo. Su estilo en Historias de Filadelfia sigue siendo un referente de elegancia atemporal y sofisticación clásica en la moda cinematográfica.


Sin duda, uno de los ejemplos más icónicos de este período y, en realidad, de toda la historia del cine es Casablanca (1942, Michael Curtiz), cuyo diseño de vestuario fue obra de Orry-Kelly. El protagonista, Rick Blaine (Humphrey Bogart), cínico dueño de un club nocturno en Marruecos, se presenta en varias escenas vistiendo un esmoquin blanco, símbolo de su elegancia innata. Este atuendo contrasta con su actitud fría y distante, creando un aire de misterio alrededor de su personaje. En la famosa secuencia del reencuentro con Ilsa (Ingrid Bergman), su vestimenta refleja no solo su posición como anfitrión de un lugar de lujo, sino también la vulnerabilidad oculta tras su fachada de dureza.

Otro caso emblemático es el de La ventana indiscreta (1954, Alfred Hitchcock), con vestuario diseñado por Edith Head. Debido el devenir de la historia, la inmovilidad del protagonista provoca, paradójicamente, que asistamos a un pase de vestidos más propios de espacios exteriores (como cenas en restaurantes de lujo) circunscritos a un ámbito doméstico masculino. Ese juego de contraste aporta un elemento singular a toda la película.
Lisa Fremont (Grace Kelly) aparece ataviada con un deslumbrante vestido de gala mientras su pareja, Jeff (James Stewart), permanece en bata y pijama debido a su lesión. Esta diferencia de vestuario enfatiza la disparidad entre ambos personajes: mientras Lisa representa la sofisticación y el dinamismo del mundo exterior, Jeff está atrapado en su inmovilidad y su escepticismo.



La escena en la que Lisa, vestida de manera impecable, desafía el peligro al adentrarse en el apartamento del sospechoso se convierte en un punto clave de la película, subrayando la transformación del personaje de simple figura decorativa a una mujer decidida y valiente.

En Encadenados (1946, Alfred Hitchcock) el personaje interpretado por Ingrid Bergman experimenta a lo largo de la película una transformación en su indumentaria que refleja su evolución emocional y su conflicto moral dentro de la historia. A través del vestuario, Hitchcock y la diseñadora de vestuario Edith Head construyen un arco de personaje que va desde la rebeldía y el desarraigo iniciales hasta la sofisticación y la vulnerabilidad del final. Su vestuario en las primeras escenas refuerza su imagen de “mujer fatal” y en la escena de la borrachera en su casa lleva un vestido escotado de fiesta, lo que refuerza su despreocupación y su deseo de olvidar su situación a través del alcohol.

Cuando es reclutada por los servicios de inteligencia estadounidenses para infiltrarse en la red de espionaje nazi en Brasil, su vestuario cambia drásticamente. Se vuelve más refinado y elegante, adoptando una estética de dama de sociedad para encajar en el entorno del líder nazi al que debe seducir.


En la icónica escena del baile en la mansión viste un sofisticado vestido negro de terciopelo con un escote elegante y una capa ligera, mostrando su transición al mundo de la alta sociedad, pero también su vulnerabilidad dentro de ese juego peligroso.

Para los dos últimos casos de este periodo me voy a poner en modo Technicolor y CinemaScope (2:35:1), que eran tendencia en la elegancia técnica del cine de Hollywood a finales de los cincuenta.
En El mundo es de las mujeres (1954, Jean Negulesco) los diseños de Charles Le Maire nos dan la ocasión para asomarnos a este vestuario de punta en blanco. Le Maire fue uno de los grandes diseñadores de la 20th Century Fox y era conocido por su elegancia y sofisticación en la moda cinematográfica.
En esta película, el vestuario juega un papel clave para definir las personalidades de las tres protagonistas: June Allyson, Lauren Bacall, y Arlene Dahl, tres mujeres con estilos muy distintos que representan diferentes arquetipos femeninos de la época.

La película gira en torno a un magnate de la industria del automóvil de Nueva York que evalúa a tres candidatos para un alto puesto ejecutivo. Con ese fin decide evaluar también a sus respectivas esposas y les invita a pasar unos días en la ciudad. A lo largo de cenas, eventos sociales y reuniones, queda claro que en el mundo empresarial de los años 50, el éxito de un hombre depende tanto de su talento como de la imagen y habilidades sociales de su esposa. Las tensiones crecen a medida que cada pareja lidia con las expectativas del entorno y con las propias dinámicas de su matrimonio, revelando que el «mundo de las mujeres» (que es el título original del film, Woman’s World) es tan influyente como el de los hombres en el destino de sus carreras.
Cada pareja representa un estereotipo social y de clase, lo que se refleja claramente en su vestimenta, que juega un papel importante para definir las personalidades de las tres protagonistas.
June Allyson da vida a Katie Denham, una mujer de condición humilde, que representa a la esposa de clase media típica de los años 50. A través de su indumentaria refleja calidez, dulzura y un enfoque práctico de la moda, en contraste con la sofisticación de Bacall y la sensualidad de Dahl.

Cuando asisten a los eventos más formales, Katie se ve algo fuera de lugar entre las esposas más sofisticadas, lo que enfatiza su falta de experiencia en el mundo de la alta sociedad.

Su vestimenta es modesta y sencilla, con vestidos de líneas simples y colores suaves, evocando un aire doméstico. El recurso a prendas de punto y conjuntos cómodos refuerzan su imagen de esposa cariñosa y relajada.

Como accesorios lleva sombreros y guantes sencillos, que completan su look con un toque femenino, sin resultar ostentosos.


En conjunto, su vestuario transmite ternura, calidez y un estilo más simple pero siempre elegante, en sintonía con su personalidad afectuosa y maternal.


Lauren Bacall encarna a Elizabeth Burns, una mujer de fuerte personalidad, con clase, de carácter sereno y elegante. Su vestuario refleja la elegancia y el estilo sin ser ostentosa: es clásico y refinado, con vestidos bien estructurados y accesorios discretos.


En las escenas de gala Elizabeth luce con naturalidad los vestidos elegantes, sin la inseguridad que muestra Katie.

Su vestuario refleja su capacidad de adaptarse con facilidad al mundo de la élite corporativa. Viste trajes de falda y chaqueta en tonos neutros como beige, gris y azul marino, reflejando su elegancia natural.

También vestidos de cóctel con líneas limpias y tejidos de calidad, como la seda y el crepé, que refuerzan su imagen de sofisticación. Luce abrigos de corte impecable, que le otorgan un aire distinguido. Sus accesorios son discretos pero lujosos, como guantes de cuero, perlas y bolsos estructurados, que enfatizan su refinamiento sin necesidad de ostentación.


Por último, Arlene Dahl interpreta a Carol Talbot. Su vestuario es llamativo y marcadamente sensual, en sintonía con su carácter extrovertido y su coqueteo con el lujo.

Lleva vestidos ajustados y seductores, con escotes pronunciados y telas brillantes como satén y terciopelo, resaltando su feminidad.

Usa colores vivos como rojo, esmeralda y dorado, que reflejan su personalidad apasionada y su deseo de llamar la atención.

Sus abrigos y estolas de piel, que refuerzan su imagen de mujer glamurosa y sofisticada.

Complementa su indumentaria con accesorios llamativos, como grandes joyas, tacones altos y guantes largos, que enfatizan su gusto por el lujo ostentoso. Su vestuario transmite seducción y la imagen de una mujer decidida a usar su atractivo para conseguir lo que quiere.

Como hemos visto, en El mundo es de las mujeres, el vestuario de las tres protagonistas no es solo una cuestión de estilo, sino que refleja sus personalidades, roles y aspiraciones dentro de la trama. Charles Le Maire supo capturar la esencia de cada personaje a través de su vestuario, convirtiendo la moda en un elemento narrativo fundamental en la película.
Una película que caminó por una senda parecida fue Mi desconfiada esposa (1957, Vincente Minnelli), en la que volvemos a encontrarnos con Lauren Bacall. El concepto de la película, cuyo más acertado título es el original Designing Woman (es decir, “Diseñadora”), provino de Helen Rose, quien diseñó decenas de vestidos y vestidos para Bacall.

Empezaré por el protagonista masculino interpretado por Gregory Peck. El personaje experimenta un interesante cambio de vestuario cuando se ve envuelto en un mundo que le es completamente ajeno tras casarse con una mujer de la alta sociedad. Mike Hagen es un periodista deportivo rudo y pragmático, acostumbrado a moverse en ambientes informales y masculinos. Su vestimenta refleja su estilo de vida: trajes sencillos, sin mucha preocupación por el detalle, corbatas mal anudadas y un aspecto ligeramente desordenado. Se nota que no le interesa la sofisticación ni la moda, ya que su ropa es más bien funcional y acorde a su trabajo.

Su vida cambia drásticamente cuando se casa impulsivamente con Marilla Brown (Lauren Bacall), una diseñadora de moda sofisticada y con un círculo social muy refinado. De repente, se ve rodeado de artistas, diseñadores y personas de la alta sociedad neoyorquina, donde su aspecto descuidado contrasta con el glamour de los amigos de su esposa.

En algunas escenas clave, Mike aparece obligado a vestir con trajes más elegantes y de mejor confección, lo que lo hace ver incómodo, pero también subraya el contraste entre su vida anterior y la nueva.

Aunque nunca abandona del todo su esencia de tipo rudo y pragmático, Mike aprende a adaptarse parcialmente al mundo de su esposa, mostrando que el amor puede tender puentes entre mundos opuestos. Su transformación no es solo visual, sino también interna: aunque al principio se resiste, poco a poco encuentra maneras de convivir con ese entorno sin perder completamente su identidad.

El cambio de vestuario de Gregory Peck en Mi desconfiada esposa es una herramienta cómica y narrativa que refuerza el choque entre dos estilos de vida radicalmente distintos. Su incomodidad inicial con la ropa elegante enfatiza el humor de la película, pero también sugiere que las diferencias sociales pueden suavizarse con el tiempo, siempre que haya amor y comprensión.
Voy ahora con el vestuario de Lauren Bacall. Su personaje, como podría decirse de la propia actriz, encarna el ideal de elegancia clásica y refinada propio de la alta costura de los años 50. Sus conjuntos reflejan sofisticación, distinción y un aire de exclusividad que la sitúa como una mujer segura, con gusto exquisito y pertenencia a un círculo social elevado.
A lo largo de la película los trajes diseñados por Helen Rose apuestan por vestidos de líneas limpias, con faldas de vuelo o lápiz, que realzan la esbelta figura de Bacall.
Lleva conjuntos de dos piezas con chaquetas entalladas y hombros bien definidos, evocando la sastrería de alta gama.

Predominan los colores neutros (blancos, negros, grises, beige), junto con algunos tonos pastel y estampados discretos. Todo ello asociado al uso de materiales lujosos como la seda, el satén y la lana fina.



Para conferir ese sello de distinción a la diseñadora ficticia (Marilla Brown), la diseñadora real (Helen Rose) se apoya en el uso de algunos accesorios, como sombreros y guantes que refuerzan la imagen de sofisticación. También en joyería discreta pero impactante, como perlas y broches, que aportan un aire de exclusividad.




En las escenas más glamorosas, Bacall luce largos vestidos de noche impresionantes de cortes impecables, destacando la cintura y los hombros con escotes elegantes. Los tejidos fluidos y los drapeados sutiles refuerzan la idea de una mujer de clase alta con un gusto impecable.




El vestuario de Marilla no solo es visualmente impresionante, sino que también sirve como un recurso narrativo para marcar la diferencia entre su mundo del lujo y de la moda frente al estilo más relajado y desenfadado de su marido. Helen Rose consigue con su diseño reforzar la imagen de elegancia atemporal, convirtiendo a Bacall en una auténtica representación de la feminidad sofisticada de los años 50.
………………….
Hasta aquí, por el momento. En mi próximo artículo trataré de moverme con elegancia, por las décadas de los 60 a los 80. Continuará…

Replica a “¿Así voy bien, cariño?” Cuando los personajes van de punta en blanco. Parte III: de los 90 hasta hoy – Moda y Cine. Una pareja con estilo Cancelar la respuesta